
Los juegos que uno juega de niño son aquellos que te marcan para toda la vida, y en mi caso, la escondida fue uno de ellos.
Con ese juego conocido por todos entendí muchas cosas que me servirían como principios posteriores en mi adultez. El principal: la solidaridad y la entrega por el bien colectivo. Fácil de jugar, difícil de practicar.
Pensemos que la escondida es un juego que se juega de a grupo, en el que un participante sale a buscar al resto, que está escondido. No voy a entrar en detalles sobre las reglas. Todos las conocen. Lo peor era ser descubierto primero, ese lugar no lo quería nadie. Pero tocaba, pasaba. Y cuando las cosas estaban en definirse, quien tenía la llave era el último que quedaba escondido.
La noche era más oscura cuando todos habían sido descubiertos y el que buscaba venía afilado. En ese momento, dos bandos se armaban automáticamente. El que tenía el poder de buscar, casi policialmente, y quienes habían sido descubiertos y por alguna u otra razón no pudieron salvarse. Entonces emergía la importancia de quien era el último. Ahí nacía la figura del héroe de todos, y en su cabeza, la responsabilidad –sin dudas un valor aprendido en la infancia- de quien se pone en ese rol. La expresión de una necesidad colectiva se materializaba en la habilidad de unas infantiles piernas que llegaban antes que el que vigilaba y buscaba. El deseo de salvarse dejaba paso a través de él, al de salvar a todos. La carrera, cuerpo a cuerpo, y ahí el grito incontenible: ¡Piedra libre para todos los compañeros! Alegría de todos, alivio colectivo y hasta algún abrazo.
De grande, entre copas y compañeros, me vino una noche de octubre el mismo sentimiento de esas lejanas corridas. Alguna vez me tocó correr para salvarme, otras para salvar a mis compañeros. Siempre me quedó eso dando vueltas, hasta que nos dimos cuenta. La escondida es un juego peronista. Por eso, no es problema si el que vigila y busca es infalible. Lo que vale es que quien quede último entienda lo que tiene entre manos. Y que libre para todos los compañeros.
Pero estamos hablando de juegos de niños y eso nunca sirve para entender la adultez.
¿O sí?
Luciano Altamirano
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